Nuestro héroe caminó en silencio hacia su habitación, con lento paso; tristemente meditaba cómo había de acometer la empresa. Un acongojado temor invadió su ánimo esforzado. Ved ahí a Keret, el «servidor de El», roto en sollozos y convulso sobre su lecho; sus lágrimas se deslizaban, «pesadas como ciclos». Al fin, el cansancio venció al dolor y Keret quedó dormido, entregado a un sueño sin reposo, poblado de amargos temores. Se despertó intranquilo el noble Monarca; subió a la terraza de su palacio, deseoso de recrear su embargado espíritu en el espectáculo magnífico de la ciudad.
El, el «padre de la humanidad», contempló la dolorosa inquietud de su siervo y le infundió un nuevo y placentero sueño, durante el cual le brindó su consuelo y su apoyo y le prestó ánimos para la gran empresa. Más ni aún el dios supremo consiguen reconfortar el abatido espíritu del héroe.
«He de oponerme a un terrible enemigo -medita Keret-, y ¿quién me asegura la victoria? Expuesto estoy a la muerte sin venganza, pues que aún no he experimentado el consuelo de verme nacer en un hijo a una nueva vida. Moriré sin posteridad y sin gloria, como si no hubiera vivido».
Llora tristemente. Y es tan intenso su dolor, que con él vierte también lágrimas su doble: Na'man (el gracioso). El derrama sin cesar los dulces efluvios de su palabra y Pebe Melek (dios inferior) eleva su voz de resonancias vigorosas. Pero Keret y Na'man prosiguen su llanto y sus lamentos: «¡Ay de mí y de mi hijo que no vio la luz!».
El «padre de la humanidad» se decide a revelar a Keret el porvenir. El héroe queda sumido en un sueño y sobre él desciende la voz carismática:
- Subirás a una torre. Lávate y purifícate. Y toma luego un cordero y sacrifícalo, y una cabra, y el pájaro del sacrificio. Y vierte vino en una copa de plata, y miel en una copa de oro. Y alza tus súplicas a Sor-El (dios toro) y a Baal-Dragón. Regresa a tu ciudad y prepárate al combate. Recoge trigo abundante: que no falte el pan a tus sidonios ni a la Asamblea. Helos aquí: ya han ocupado tus enemigos en el sexto mes hasta cinco fortalezas y te amenazan implacables. El encuentro será en Negeb: chocarán las armas con estrépito. Y sobrevendrá un gran desastre; pueblos enteros abandonarán sus tierras. Allá van en tropel las gentes de Canaán y trescientas veces mil hombres, beduinos sin nombre, y por militares, por miríadas, las gentes de Hassis; todos emprenden la marcha, cerrando sus casas. Y Terah, el poderoso, el que hace levantar a la Luna nueva, y la hace brillar para Sin, su mujer, para Nikar, su bien amada, se te opondrá. Mas tú, hijo mío, sigue adelante; camina durante seis días hacia el Sur, hasta que encuentres a los sefarditas (los del Sol). Y llegarás al país de Edom: descansa en sus ciudades y recréate en sus campos; allí hallarás nuevos taladores y nuevas mujeres. Sigue adelante, o regresa; mas no ataques al Edom. Oyelo, Pabel-Melek: tú enviarás a mi hijo tu mensaje: que se aleje y no combata al Edom, pues es El, dios supremo. Y después, Keret, te volverás a tu mujer y le dirás: concédeme, oh Meset-hery, el favor de un hijo. Y podrás contemplar a tu primogénito: su gracia, cual la de Anat; su belleza, cual la de Astarté. Y su grito ha de ser: "Odio al enemigo".
Despertase Keret. Una extraña sensación de dicha le poseía. Al momento se levantó y cumplió las órdenes de su padre. Y todo sucedió como El le había revelado. Terminada la batalla de Negeb (Palestina meridional), y antes de ir al país de Edom, Keret se dirigió a los santuarios de Tiro y Sidón, donde es de suponer que se casó con la dulce Meset-hery. Y luego reemprendió el camino y ejecutó la voluntad de El, «padre de la humildad».
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