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miércoles, 16 de febrero de 2011

EL PESCADOR URASHIMA (2ª parte)


Al llegar al pueblo, notó que algo extraño sucedía. Las calles le resultaban familiares, pero no todo respondía exactamente a sus recuerdos: aquí y allá se levantaban casas que antes no existían, otras que recordaba con claridad se habían convertido en solares o en edificaciones nuevas. La casa de sus padres era una de estas.
Desconcertado, paró a un viandante y le preguntó por sus padres.
―No los conozco, lo siento ―respondió al principio el viandante, aunque después su rostro pareció iluminarse con la chispa de un recuerdo―. ¡Oh, espera! Tu te refieres a los padres del pescador. Su hijo salió una tarde a faenar y nunca regresó. Pero eso tuvo lugar hace mucho tiempo, mucho antes de que yo naciese. Han pasado ya, por lo menos, 300 años desde que los padres del pescador murieron.
Urashima comprendió entonces que su estancia en el Palacio del Dragón no había sido un sueño y que es cierto lo que dicen algunos: en las tierras habitadas por las hadas y los seres feéricos el tiempo transcurre más despacio que en el mundo de los humanos.
Nada había ya que lo retuviese en tierra firme. Urashima echaba ahora de menos el Palacio del Dragón y la compañía de la princesa. En la cesta de mimbre que llevaba habitualmente cuando salía a pescar, encontró la pequeña caja de madera que ella le había dado. Sin recordar su advertencia, la abrió. De su interior brotó una nube blanca que, cuando ganó altura suficiente, comenzó a avanzar hacia el horizonte.
Urashima la persiguió, pidiéndole a gritos que lo esperase, pero esta no cambió de rumbo. Al pescador le costaba cada vez más correr. Sentía crecer la debilidad de sus piernas, y a cada poco tenía que pararse a recobrar el resuello. En una de estas ocasiones miró sus manos: estaban arrugadas como las de un anciano. La terrible verdad era que, según la nube se alejaba, los años que habían transcurrido en el mundo mortal se echaban encima de él, dispuestos a cobrar su tributo.
A duras penas, Urashima logró llegar a la playa. Pero ya no le quedaban fuerzas para más. Cayó rendido sobre la arena, en donde murió, mientras veía cómo la nube se alejaba sobre el mar.

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