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miércoles, 16 de febrero de 2011

EL PESCADOR URASHIMA (1ª parte)


Cuentan que hace muchos años vivía en Japón un joven pescador, hábil con los anzuelos y las redes aunque un poco olvidadizo, llamado Urashima. Dicen asimismo que una tarde en la que este había salido a faenar con su barca, al izar las redes encontró atrapada en ellas una gran tortuga verde. Aunque esta podía proporcionar alimento para él y sus padres durante varios días, Urashima se apiadó de ella y la devolvió al mar. Mientras lo hacía sintió que el sueño se apoderaba de él.
Al poco de cerrar el pescador los ojos, una hermosa doncella surgió de entre las olas y, tras subir a la barca, dijo:
―Soy hija del dios del mar. Fui yo quién, bajo la forma de una tortuga, se enredó en tus aparejos de pesca y a quién generosamente devolviste al agua. Esa acción tan noble no puede quedar sin recompensa, así que te invito a acompañarme al Palacio del Dragón, cuyo suelo de coral nunca ha sido hollado por un ser humano, y en donde vivo con mi padre.
La princesa se sentó entonces al lado de Urashima y cogió un remo; el pescador empuñó el otro y ambos comenzaron a remar. Remaron y remaron, adentrándose cada vez más en el océano, hasta que por fin pudieron divisar en el horizonte los altos torreones del Palacio del Dragón.
Este se alzaba en un solitario islote en mar abierto. Pétreos árboles con hojas de esmeralda jalonaban el camino que conducía a su entrada. Sus torres, puntiagudas y retorcidas, se perdían entre las nubes, y estaba hecho por entero de coral rojo, de tal manera que el coral parecía haber crecido voluntariamente de aquella forma para honrar a su señor. Tal era el magnífico palacio desde el cual el dios del mar gobernaba a las criaturas marinas.
Allí vivió Urashima agasajado por los súbditos del dios del mar. Él y la princesa se enamoraron y acabaron por casarse. Era muy feliz, pero no podía evitar sentir nostalgia de su pueblo, por lo que, poco a poco, fue madurando la idea de regresar a tierra firme para visitar a sus padres. Cuando contó a la princesa su proyecto, esta asintió apesadumbrada. Si ese era su deseo, ella no se lo impediría. Antes de partir, le dio una pequeña caja de madera con la advertencia de que si quería regresar algún día al Palacio del Dragón, nunca la abriese.
Nada más tocar la caja, Urashima sintió que su visión se nublaba y perdía la consciencia. Cuando despertó, ya no se encontraba en el Palacio del Dragón, sino en su barca, frente a la cala en la que solía pescar, justo en el lugar en el que se había quedado dormido aquella tarde durante la cual había pescado la gran tortuga verde. El sol estaba casi en la misma posición, él iba vestido con la misma ropa que cuando había salido a faenar y en su barca se encontraban todos sus aparejos, tal y como los tenía dispuestos aquella tarde. En apariencia, solo habían transcurrido unos minutos, y no meses.
Dudando de si su estancia en el Palacio del Dragón había sido un sueño, Urashima condujo la barca hacia la orilla y se dirigió a su casa.

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