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miércoles, 16 de febrero de 2011

EL ANILLO DE SAKUNTALA


Vivía en Himavat, el monte sagrado de los ascetas, una doncella hermosa y dulce llamada Sakuntala. El venerable Kanva la había adoptado y desde entonces ella, que amaba a todos los seres de la naturaleza, se dedicaba a cuidar de los animales y las plantas del bosque, quienes a su vez la querían más que a la luz del Sol.
Un día llegó casualmente al bosque el joven rey Dushyanta. Los ascetas le invitaron a
Permanecer unos días en su compañía, con lo que el rey tuvo ocasión de conocer a
Sakuntala
y mantener con ella largas y placenteras conversaciones. Los dos jóvenes se
Enamoraron y, en la soledad del bosque, se prometieron por esposos. Pero, como a
Vez toda parece conspirar para que la felicidad de los que se la merecen no dure, pronto llegaron a Himavat noticias que obligaban al rey a regresar a la corte. Antes de partir, entregó a Sakuntala un anillo de oro con el sello real y su nombre grabados. Le dijo que cuando pasaran tantos días como letras tenía su nombre ella debía acudir a palacio para celebrar el matrimonio.
Los días transcurrieron muy lentamente para Sakuntala, quien no podía apartar de la mente el recuerdo de su prometido. Tan absorta estaba pensando en Dushyanta que un día en el cual el ermitaño Durvasa llegó hambriento del bosque no se acordó de ofrecerle comida ni bebida, reglas de hospitalidad que la religión hindú obliga a cumplir con los hombres santos. Por esta descortesía Durvasa se enfadó mucho y la maldijo diciendo:
―Será mejor que no pierdas ese anillo de oro, pues el rey Dushyanta no se acordará de ti a menos que se lo enseñes.Sakuntala no oyó estas palabras, ya que de otra manera habría tenido más cuidado días después cuando, bañándose en el ganges, perdió el anillo sin darse cuenta. En el preciso momento en el que este tocaba el lecho del río, el recuerdo de los días felices pasados en Himavat se borraba de la mente del rey, cumpliéndose así la maldición de Durvasa.
Acabó por expirar el plazo que Dushyanta le había puesto y Sakuntala se preparó para acudir a palacio. Todo el bosque celebraba la futura boda de su amiga. De forma milagrosa, los árboles le tejieron un maravilloso vestido, las flores destilaron un fragante perfume sólo para ella y las aves entonaron un hermoso canto a manera de despedida. Dos ascetas especialmente escogidos por Kanva la acompañaron en su viaje a la ciudad.
El rey Dushyanta se encontraba finalizando su Consejo cuando le avisaron de la llegada de los dos ascetas y la doncella. Los recibió de forma respetuosa, pero al escuchar el motivo de su visita se sintió confundido. ¿Cómo iba a ser aquella hermosa joven su esposa si no recordaba haberla visto nunca? Sakuntala quiso mostrarle el anillo, pero entonces descubrió compungida que lo había perdido. La tristeza de la muchacha conmovió al rey, que antes de echarla prefirió consultar a un sabio de la corte al que apreciaba especialmente. Vino este hombre sabio, y, tras observar a Sakuntala, dijo que sólo habría que esperar para conocer si era verdad lo que ella decía, pues, aunque ella no lo supiese todavía, estaba embarazada, y si su hijo era hijo del rey tendría en la mano una marca con forma de rueda, tal y como aseguraba una antigua profecía. El rey decidió aguardar a ver si eso sucedía. Sakuntala, sin embargo, sintiéndose despreciada, prefirió abandonar el palacio y marchar lo más lejos de allí que pudiese.
Tiempo después, un pescador del Ganges halló en el estómago de un pez el anillo de oro con el sello real. Cuando el rey recibió el anillo, recordó al instante la primera vez que había visto a Sakuntala, sus conversaciones en la soledad del bosque y sus mutuas promesas de amor. Desesperado, intentó encontrarla, pero ya era demasiado tarde. Ni siquiera en Himavat sabían a donde había ido.
Años más tarde, cuando ya se había resignado a vivir con el pesar de haber perdido a Sakuntala, regresaba el rey en su carro de una guerra lejana cuando decidió hacer un alto en la montaña Cumbre de Oro, el lugar al que los penitentes acuden para acercarse a los dioses

Al descender del carro vio a un niño jugando con un cachorro de león. Impresionado por su valentía, se acercó a él, y al llegar a su altura pudo observar que tenía en su mano derecha una marca con forma de rueda. Emocionado, preguntó al niño quién era. “Soy el hijo del héroe Dushyanta, aunque nunca lo conocí”, respondió el niño. Apareció entonces Sakuntala, con el cabello recogido y el rostro marcado por las penurias pasadas, pero aun así casi tan hermosa como cuando el rey la había visto por primera vez. Dushyanta se postró a sus pies y le pidió perdón. Sakuntala cedió a las súplicas del rey, y este volvió a entregarle el anillo de oro. Finalmente, los tres regresaron a palacio, felices de que el destino los hubiese vuelto a reunir.

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